Tuesday, December 11, 2012

La peticion del perro


En aquella plaza alguna vez hubo vida, en la eterna ciudad de Tijuana, por la calle primera, un edificio morado con blanco, Plaza Revolución, en sus buenos tiempos tuvo considerable auge pero su muerte fue definitiva, marcada por un desconocido y rápido deceso, dejando nada atrás mas que los legados de una civilización que fue, habito, convivió y eventualmente murió ahí, no quedaba mas que la estructura para interpretar por aquellos valientes que se atrevieran a pisar lo que los estragos de la globalizacion, el crimen organizado y la corrupción dejarían atrás

Años mas tarde un grupo de personas joviales llegarían a quedarse, por un tiempo, muy corto, pero lo suficiente para usar este lugar como su trampolín de ideas, de experiencia, amistades, un punto de reunión en el centro del abandono cuasi-holocaustico, fue aquí donde muchos se conocieron y forjaron nuevos mundos, visiones, creencias, aquí donde se gestaría y correría una nueva empresa de aventureros fieles a sus creencias que no se atreverían ver atrás, ni abajo, solo arriba y hacia el frente.

Fue aquí donde esta gente llena de ideas locas, de mentes continuamente viajando por la eternidad de un espacio que pocos pueden comprender, donde uno de ellos encontró algo que llamo su atención, era pequeño, no mas de un pie de alto, esquelético, de latón, con una forma bastante peculiar, oxidado, reconocido por todos pero a la vez dejado de lado junto a una antigua silla de parque que se localizaba en el segundo piso, era un perro de latón con un cordón atado en su cuello que parecía haberse zafado del lado de esa silla.

Nadie tenia razón del pequeño adorno hasta que la cuestión cayo sobre la encargada quien desconocía el propósito de dicho animal, dueño o productor le era también desconocido y parecía indiferente al hecho, solo le importaba que no estuviera ahí. Eventualmente la respuesta vino de otro habitante de esta plaza, alguien que trabajaba fuera de la misma, quien le dio un mensaje un tanto aterrador.

-Ese perro le decían el solovino, solo había venido, ve- La respuesta se volvía cada vez mas obvia. -Y pues ahí andaba y venia el pinche solovino, que sube el solovino, que baja el solovino, que va el solovino- Así continuo por unos minutos mas -Y después la plaza se nos fue quedando vaciá, nombre la gente ya no venia paca y pues que se nos cae el changarro a todos, y los compas de aquí adentro que le pegan fuga y dejan un dineral de deuda por todos lados, agua, luz, teléfono, hasta pinshi coppel creo que le debe esta madre- Por madre se refería a la Plaza en si, fruto y producto de un Estado que había tomado eventual posesión de la misma. -Pero pues así esta la cosa, ta cabrón. ¡Ah si! Y el Solovino pues ahí se quedo arriba, esperando a la gente, los niños, a todos, se quedo muy triste, ya no bajaba el wey, de pronto le llevábamos de comer pero ya no quería ni eso, ni agua, ni nada, solo dormía, y que un día cuando llegamos nos lo encontramos así, un perrito chiquito chiquito de latón, yo creo que se awito tanto el wey que ya no quiso saber nada y pues ahí se quedo, esperando pa ver cuando se nos venia mas gentes pues ya ni madres ni nada, ustedes son los primeros en un rato, eh, no quiere entonces una camiseta, están baras, dos por una para que no se me awite, ándele compa no sea gacho que la situación esta dura, bueno pues sale-

La conversación había sido fructífera aunque tomándose tiempo de mas para evitar comprarle algo al hombre que nadie requería. Aquel perro era irresistible prueba de que existían amigos fieles a situaciones, lugares y personas, ese perro era la prueba de la amistad eterna, de algo que duraba mucho mas allá de la muerte, lealtad hasta la muerte, en un sueño letárgico de mil años si fuera necesario hasta que en algún punto el animal llorara una lagrima, observada por nadie y evaporándose de manera casi instantánea por el inaguantable calor de verano, por escuchar nuevamente la risa, animo, felicidad y cantos de gente que habitaba nuevamente una plaza que el tiempo olvido...

Un perro que el tiempo olvido...

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